Destrozado
aún por la aterradora imagen de cuerpos ensangrentados abatidos sobre mi Rambla
-”la calle más bonita del mundo”, como la describió García Lorca-, me preocupan
las reacciones xenófobas que escucho en conversaciones en la calle o en las
terrazas de los bares. Son comentarios cargados de odio y de una extrema
violencia verbal. Entiendo la visceralidad horas después de la barbarie, pero
lo que no puedo comprender es la falta de una visión global e histórica del
problema del terrorismo. Esos asesinos pueden haber nacido en los países árabes
o pertenecer a familias de origen árabe, pero no son árabes, son simplemente
terroristas sedientos de sangre que interpretan la religión y los escritos
sagrados a su miserable manera. Soy ateo por convencimiento y supongo que
también por mi formación científica, que elegí libremente y que ha configurado
en mí una manera de entender la vida. Los dioses, desde el origen de la
humanidad, han sido creados por el hombre como refugio y respuesta ante sus
preguntas más angustiosas. ¿Qué hacemos aquí? ¿Hacia dónde vamos? No hay dioses
malos. Nunca los ha habido. La maldad reside a veces en la representación que
el hombre hace de esos dioses, es decir en las religiones. Las religiones han
sido protagonistas de las grandes tragedias de la humanidad. Han sido, como
decía Marx, el opio del pueblo. Su inmensa capacidad de manipulación ha sido
causa de grandes matanzas. No hay más que recordar el exterminio de los incas
en el nombre de la cruz, o el holocausto de los judíos en los campos de
exterminio nazis en nombre de una raza superior. En el caso del Islam y el
mundo árabe, siempre he pensado que una civilización que ha sido capaz de
inventar el álgebra, la óptica o la brújula, y construir maravillas como la
Alhambra de Granada o la Mezquita de Córdoba no puede ser criminalizada de una
manera global. Me ponen los pelos de punta las voces xenófobas que alimentan el
odio de una manera reduccionista hacia esa civilización culturalmente
imponente. Creo que sólo la cultura puede salvarnos de la confrontación y el
terrorismo. En estos días una de las frases que más oigo es: “Yo no soy racista, pero estos moros de
mierda…” Da miedo, mucho miedo que por culpa de unos asesinos dejemos de creer
en la humanidad, sea cual sea su procedencia. El día de mi funeral no quiero ni
cruces, ni oraciones, ni curas que acaben preguntando como me llamaba y cuales
eran mis aficiones. Como compañeros en mi viaje hacia ninguna parte sólo pido
un poco de salsa, una sinfonía de
Mahler, o un ron Havana Club gran reserva con hielo.
(Joan Isaac, Agosto 2017)
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