sábado, 2 de septiembre de 2017

“YO NO SOY RACISTA, PERO…” ¿OS SUENA LA FRASE?

Destrozado aún por la aterradora imagen de cuerpos ensangrentados abatidos sobre mi Rambla -”la calle más bonita del mundo”, como la describió García Lorca-, me preocupan las reacciones xenófobas que escucho en conversaciones en la calle o en las terrazas de los bares. Son comentarios cargados de odio y de una extrema violencia verbal. Entiendo la visceralidad horas después de la barbarie, pero lo que no puedo comprender es la falta de una visión global e histórica del problema del terrorismo. Esos asesinos pueden haber nacido en los países árabes o pertenecer a familias de origen árabe, pero no son árabes, son simplemente terroristas sedientos de sangre que interpretan la religión y los escritos sagrados a su miserable manera. Soy ateo por convencimiento y supongo que también por mi formación científica, que elegí libremente y que ha configurado en mí una manera de entender la vida. Los dioses, desde el origen de la humanidad, han sido creados por el hombre como refugio y respuesta ante sus preguntas más angustiosas. ¿Qué hacemos aquí? ¿Hacia dónde vamos? No hay dioses malos. Nunca los ha habido. La maldad reside a veces en la representación que el hombre hace de esos dioses, es decir en las religiones. Las religiones han sido protagonistas de las grandes tragedias de la humanidad. Han sido, como decía Marx, el opio del pueblo. Su inmensa capacidad de manipulación ha sido causa de grandes matanzas. No hay más que recordar el exterminio de los incas en el nombre de la cruz, o el holocausto de los judíos en los campos de exterminio nazis en nombre de una raza superior. En el caso del Islam y el mundo árabe, siempre he pensado que una civilización que ha sido capaz de inventar el álgebra, la óptica o la brújula, y construir maravillas como la Alhambra de Granada o la Mezquita de Córdoba no puede ser criminalizada de una manera global. Me ponen los pelos de punta las voces xenófobas que alimentan el odio de una manera reduccionista hacia esa civilización culturalmente imponente. Creo que sólo la cultura puede salvarnos de la confrontación y el terrorismo. En estos días una de las frases que más oigo es: “Yo no soy racista, pero estos moros de mierda…” Da miedo, mucho miedo que por culpa de unos asesinos dejemos de creer en la humanidad, sea cual sea su procedencia. El día de mi funeral no quiero ni cruces, ni oraciones, ni curas que acaben preguntando como me llamaba y cuales eran mis aficiones. Como compañeros en mi viaje hacia ninguna parte sólo pido un poco de salsa, una sinfonía de Mahler, o un ron Havana Club gran reserva con hielo.


(Joan Isaac, Agosto 2017)

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