El
semanario francés Le Point reveló hace unos días una noticia que ha tenido un
gran eco en todo el mundo y ha generado airadas repulsas. Resulta que el
flamante presidente francés, Emmanuel Macron, se ha gastado, en sólo tres
meses, 26.000 euros en maquillajes y maquilladoras. Su antecesor, François
Hollande, superaba incluso esta suma. Cada uno es libre de gastarse su dinero
en los caprichos que desee, pero yo, si fuese francés, me sentiría
profundamente ofendido por el hecho de que mi presidente se gaste esa ingente
cantidad de dinero, que provienen de los fondos públicos, en el narcisista
propósito de mejorar su aspecto físico. El oficio de político debería ser como
cualquier otro: médico, arquitecto, fontanero, carpintero... pero resulta que
no es así. Jugar a estas frivolidades cuando medio mundo se muere de hambre, y
cuando nuestros jóvenes sueñan en ser sólo mileuristas, me parece una ofensa a
la inteligencia de los ciudadanos. La metáfora podría llegar a ser perfecta: la
mayoría de los políticos juegan al engaño, a esconder las realidades más
crudas, los desequilibrios entre las clases acomodadas y las trabajadoras. Mentir
y no mostrar las miserias es el pan de cada día del oficio de político y por
tanto, utilizar el maquillaje para tapar todas las imperfecciones desde ese
punto de vista, debe ser un gasto indecentemente necesario. ¿Qué debe pasar por
la mente de Macron, perfectamente maquillado y con una imagen inmejorable,
cuando se pasea por las periferias descastadas de París o Lyon? El culto a la
imagen se ha impuesto en nuestra sociedad moderna, que enaltece los cuerpos y
los rostros perfectos, pero no podemos cerrar los ojos ante la imagen, dura y
desprovista de embellecedor maquillaje, de nuestras ciudades llenas de gente
que pide caridad, que duerme en la calle o en los cajeros automáticos de los
bancos, y que no puede lavarse la cara con agua y jabón. El expresidente de
Uruguay José Mujica se lavaba cada día la cara con agua clara y jabón, vivía en
una casa humilde e hizo de la humildad su arma para cautivar al pueblo
uruguayo. No iba a clínicas caras en Suiza, sino que esperaba su turno
pacientemente en el consultorio de la seguridad social, y sólo se vestía
elegantemente cuando tenía que viajar a alguna cumbre política. Seguramente
sólo tenía una muda en su armario para esas ocasiones. Esta es la excepción que
confirma la regla “maquillada”. Bendita excepción desmaquillada...
(Joan Isaac, Agosto 2017)
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