Llegará
un día que te llamaré y no me responderás. Mis palabras se perderán en el vacío
y en el silencio de nuestros espacios comunes y queridos. Una vez asumida la
tragedia de tu partida, desde el fondo más profundo de mi memoria florecerán de
nuevo los recuerdos luminosos y oscuros de mi tránsito vital. Acostado en tu
cama, cerraré los ojos y me veré dando volteretas dentro de tu vientre joven,
envuelto en un líquido cálido y amable, y daré señales de vida desde dentro de
tus entrañas con el latir de mi corazón pequeño. Después me veré aferrándome a
tus pezones y chupando mi alimento dulce y sabroso como un néctar divino. Y pasarán
ante mis ojos cerrados, las mágicas noches de Reyes, cuando me ponías en la
cama para calmar mi inquietud, y las vacaciones de verano, los baños en
Castelldefels y las noches de San Juan. Y aquellas canicas de vidrio
maravillosas que me comprabas para jugar con mis amigos del barrio. Sin ti
nunca habría hecho sonar la campanilla de aquel coche de bomberos de las
ferias, mientras saboreaba aquella manzana recubierta de caramelo que tanto me
gustaba. Sin ti nunca habría notado en el estómago las mariposas del primer
enamoramiento, ni habría conocido la infinita emoción ante un cuerpo desnudo
cerca de mí, ni habría sido torpe por la inexperiencia preciosa del
adolescente. Sin ti no tendría amigos, ni hijas ni historia. Sin ti no habría
descubierto la rebeldía ante a la injusticia, ni habría leído jamás un libro,
ni habría visto la Conquista del Oeste en
el Cinerama del Paralelo aquel domingo por la tarde. Tampoco habría sentido el
inmenso placer del primer sorbo de cerveza helada cuando se está sediento. Sin
ti no habría descubierto la música, que lo llena todo. Ni sabría del mar ni de
los desiertos, ni habría sentido un colapso emocional ante las Pirámides de
Egipto o del Machu Pichu. Tampoco habría paseado por las salas del Museo Jeu de
Paume de París, con los ojos llenos de lágrimas, rodeado de tanta belleza. Y
tantas y tantas cosas, madre, que nunca podré agradecerte aunque viviera cien
vidas. Siento tus gritos de dolor mientras mi pequeño cuerpo avanza hacia la
luz de la vida y yo hago lo posible por no hacerte sufrir. Aguanta, madre, todo
irá rápido. ¡Quiero nacer otra vez!
(Joan
Isaac, Agosto 2017)
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