sábado, 2 de septiembre de 2017

UNA ORQUESTA BALINESA

He de admitir que de unos años acá he perdido el interés por viajar. Durante muchos años de mi vida, viajar ha sido uno de los placeres que más satisfacción me daba. He pisado países de todos los continentes, salvo Oceanía. Viajar significaba para mí perder las referencias de mi realidad cotidiana, de mi paisaje y de mi círculo humano. Recuerdo la intensísima emoción que me producía descubrir nuevos paisajes y fisonomías diferentes, escuchar músicas desconocidas y disfrutar de sabores y olores insospechados. Sentir la musicalidad de otras lenguas y su entonación exótica e intentar comprender cómo otras culturas afrontaban los grandes misterios de la vida y la muerte. Quizá viajaba para responderme a mí mismo preguntas sobre la existencia misma, buscando soluciones a mis dudas más antiguas que no tenían respuestas en mi hábitat cotidiano. El mundo actual tiende a la uniformidad más aburrida. Esta globalización que nos viene impuesta provoca inexorablemente la pérdida de la identidad de los pueblos y las culturas, y lleva tristemente a una pobreza cultural preocupante. Seguramente el último vestigio no contaminado debe encontrarse en algunas tribus aisladas del Amazonas que viven en un mundo paralelo, ajenas a nuestros parámetros económicos y sociales. ¿De qué sirve viajar si ya desde el inicio te hacen sentir como un delincuente en los controles, cada vez más surrealistas, de los aeropuertos de todo el mundo? ¿De qué sirve hacer miles de kilómetros para encontrar las mismas tiendas de ropa que tienes al lado de casa? ¿De qué sirve viajar para encontrarte las mismas cadenas de restaurantes y escuchar la misma música que escuchas habitualmente? El otro día, sin ir más lejos, rebuscando en mi ordenador, descubrí una orquesta balinesa tocando “Despacito” con sus instrumentos autóctonos y bellísimos. Siempre me ha molestado mucho esa frase de la gente que vuelve de la India, o de algún país africano, y dice: “Es muy bonito pero hay mucha miseria”. ¿Qué busca esa gente en el viaje? Decididamente, prefiero perderme en alguna librería especializada y devorar guías de viaje, e imaginarme alguna cultura aún no contaminada. Y viajar mentalmente, que es mucho más económico y enriquecedor. Qué queréis que os diga, no me apetece degustar un pan con tomate (seguramente perfectamente preparado) en el centro de Manhattan y contar la experiencia.


(Joan Isaac, Julio 2017)

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