“Entonces un trozo de
madera era un tesoro, y con una mesa vieja ya éramos ricos, por las calles y
las plazas íbamos de casa en casa, para hacerlo quemar todo esa noche de San
Juan…”
Por San Juan/ Joan Manuel
Serrat
PIULAS, BOMBETAS Y TRUENOS
Nadie
ha sabido describir mejor que Joan Manuel Serrat, con estas palabras sencillas
y tiernas, la noche de San Juan. Siempre siento un escalofrío cuando escucho
esta canción. Yo era un niño de barrio de La Plana de Esplugues de Llobregat.
Mi universo eran las calles y los amigos de infancia de ese barrio de gente
humilde y trabajadora. La noche de San Juan era diferente de todas las otras
noches. Íbamos de casa en casa, como dice el maestro, a buscar un trozo de
madera para quemar. Para nosotros era un tesoro. Y para la gente que se
desprendía de todo lo que estorbaba era una bendición divina nuestra presencia depredadora.
Poco a poco, en mitad de un cruce, edificábamos nuestro sueño efímero. Sillas,
cajas y mesas viejas eran nuestra ofrenda al Dios del fuego que lo devoraría
todo con avidez cuando llegase la noche del solsticio. No sólo era el fuego el
que presidía la noche mágica. También el ruido de los petardos formaba parte
del paisaje sonoro de la noche. Recuerdo que mis padres me compraban mistos garibaldis, piulas i unas cajitas de
cartón grises llenas de bombetas que
reposaban en un lecho de serrín. Sólo los más mayores tenían derecho a hacer
estallar los truenos, supuestamente
porque eran más responsables y sensatos. Como los indios que veíamos en las
películas del Oeste en el cine l’Avenç
en sesión doble, danzábamos alrededor de aquella hoguera que poco a poco se
consumía y se convertía en un círculo de ceniza. Mis padres y los padres de mis
amigos sacaban las mesas a la calle y cenaban al aire libre, y compartían todo
lo que tenían para ofrecer. Era una vida hecha a la medida humana, era la vida
feliz, la vida en letras mayúsculas. Es curioso este ritual del fuego como
elemento purificador en nuestro Mediterráneo. Necesitamos quemar el pasado y
volver a edificar un presente nuevo y esplendoroso para sentirnos vivos. Ahora
en mi barrio no hay hogueras ni niños que dancen alrededor del fuego, ni gente
compartiendo lo que tienen en mesas al aire libre, ni el cine de sesión doble.
Todo lo ha devorado el fuego del tiempo y la vida misma. Una lástima, un error
mayúsculo.
(Joan
Isaac, Junio 2017)
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