sábado, 2 de septiembre de 2017

INTIMIDAD

Siempre me han producido una extraña mezcla de ternura y tristeza esos hombres y esas mujeres que hablan solos por las calles de las ciudades o sentados en los bancos de los parques. Establecen conversaciones con interlocutores imaginarios y discuten, gritan, ríen o lloran con la mirada perdida, sin que nada ni nadie de alrededor les importe. He visto gente que cambia de acera para no encontrarlos cara a cara. Diría que son seres humanos marginados y descastados, con vidas seguramente difíciles que los han llevado a los limbos de la locura.

Nadie se atreve a calificar de locos, sin embargo, a aquellos que, generalmente bien vestidos, hablan, ríen, y gritan también por la calle, sin pudor ni vergüenza, con el móvil enganchado en la oreja. Tampoco ellos tienen ninguna vergüenza de hacerlo. Podemos saber de ellos el último negocio que han cerrado o la conversación más comprometedora con alguna amante furtiva. Parece que tengan la necesidad de compartir vanidosamente su intimidad con la gente que los rodea. Globalizan su intimidad, sus sueños y sus miserias. Antes nos llegaban cartas, y la emoción era inmensa cuando las abríamos porque contenían un universo secreto, discreto, personal e intransferible. La intimidad era entonces un tesoro, ahora es sólo un recuerdo de un pasado analógico.


(Joan Isaac, Junio 2017)

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