A
veces la vida te sorprende con la guardia baja y te golpea duramente sin estar
preparado para defenderte. La otra noche, mi viejo amigo insomnio me visitó
nuevamente, como ha hecho tantas veces. Con él tengo una relación de amor y odio.
A veces, cuando las calles están vacías de coches y de gente, y el silencio
llena mi estancia, el insomnio me invita a disfrutar de la calma que la
inmovilidad del planeta me regala complaciente. Muchas veces he escrito
canciones y poemas durante las horas mortecinas y calladas del insomnio. Otras
veces, sin embargo, el insomnio es testigo de mis angustias más profundas. La
otra noche, cansado de dar vueltas en la cama, me levanté y casi como un
autómata me senté delante del televisor. Por una bendita casualidad estaban
emitiendo, en un canal que no recuerdo, una película que me marcó la vida hace
muchos años, La lista de Schindler.
Era ya la escena final, cuando todos aquellos judíos a los que Schindler había
salvado del holocausto desfilan, ya viejos, delante de su tumba y,
pausadamente, depositan una piedra pequeña encima de la losa donde está escrito
su nombre. Es su muestra de agradecimiento por haberlos salvado de una muerte
segura. Recuerdo perfectamente la primera vez que vi esa escena. Me deshice en
un llanto desconsolado, las lágrimas me resbalaban imparables por las mejillas
hasta llegar a mis labios, hasta sentir su salinidad. La
otra noche no pude evitar el mismo desconsuelo y lloré de la misma manera en mi
silencio doméstico, en la soledad más absoluta. Hay escenas de películas o
canciones que aunque las haya visto o escuchado mil veces me producen siempre
la misma emoción, que desemboca en el llanto irrefrenable. Recuerdo ahora la
escena de Cinema Paradiso en que le
pasan al protagonista Totó, convertido ya en un director de cine famoso, las
escenas de los besos prohibidos por la censura que el viejo maquinista
(maravilloso Philippe Noiret) del cine de un pequeño pueblo siciliano, le
prepara antes de morir; o el primer plano fijo de los ojos de Jacques Brel
cantando Ne me quitte pas, donde la
emoción desborda el universo entero. El llanto es un mecanismo por el que
canalizamos nuestras emociones más profundas, y es la prueba más concluyente de
que formamos parte de la vida. Cuando lloramos liberamos el mar que llevamos
dentro. Las lágrimas siempre son las mismas, no distinguen entre el dolor o la
felicidad, tienen siempre el mismo gusto salado del agua del mar. Está
demostrado que la vida viene del agua, y más concretamente del agua del mar. Seguramente
el llanto nos quiere recordar de dónde venimos. Es como si dentro de nosotros,
el mar, a veces calmado a veces furioso, residiera en nuestras entrañas, desde
que nacemos hasta que morimos. Venimos del mar y somos mar, un mar de lágrimas.
(Joan Isaac, 12-12-2017)