Me
gusta acariciar su piel, brillante y pulida como el coral negro. Me ha sido
siempre fiel, siempre cerca de mí, con el silencio discreto de quién te quiere
de verdad. Ha curado mis noches de angustia y tormento, y se ha dado a mí sin
pedir nada a cambio. Ha sido el faro salvador en las tempestades y el dulzor
infinito de mis primaveras. Le he hecho el amor a veces suavemente, a veces
apasionadamente. Ha abierto sus entrañas para darme el placer más indescriptible
y he tocado su cuerpo con mis dedos persiguiendo la belleza más escondida por
su orografía. Ha vivido conmigo allá donde yo he vivido y ha formado parte de
mi nómada equipaje. Ha sido testigo de mis dudas, de mis instantes felices y de
mi llanto más desconsolado. Ha interpretado perfectamente mis silencios y mi
universo contradictorio. Un día me iré, y como debe ser, entregará su cuerpo a
otro cuerpo, y no me sentiré traicionado, al contrario, estaré orgulloso de su
felicidad en manos de otro amor. Desde el territorio desconocido de la
eternidad, vigilaré que nadie le haga daño, a mi piano vertical Yamaha del año
1977.
(Joan
Isaac, Julio 2017)
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