sábado, 16 de diciembre de 2017

UN MAR DE LÁGRIMAS

A veces la vida te sorprende con la guardia baja y te golpea duramente sin estar preparado para defenderte. La otra noche, mi viejo amigo insomnio me visitó nuevamente, como ha hecho tantas veces. Con él tengo una relación de amor y odio. A veces, cuando las calles están vacías de coches y de gente, y el silencio llena mi estancia, el insomnio me invita a disfrutar de la calma que la inmovilidad del planeta me regala complaciente. Muchas veces he escrito canciones y poemas durante las horas mortecinas y calladas del insomnio. Otras veces, sin embargo, el insomnio es testigo de mis angustias más profundas. La otra noche, cansado de dar vueltas en la cama, me levanté y casi como un autómata me senté delante del televisor. Por una bendita casualidad estaban emitiendo, en un canal que no recuerdo, una película que me marcó la vida hace muchos años, La lista de Schindler. Era ya la escena final, cuando todos aquellos judíos a los que Schindler había salvado del holocausto desfilan, ya viejos, delante de su tumba y, pausadamente, depositan una piedra pequeña encima de la losa donde está escrito su nombre. Es su muestra de agradecimiento por haberlos salvado de una muerte segura. Recuerdo perfectamente la primera vez que vi esa escena. Me deshice en un llanto desconsolado, las lágrimas me resbalaban imparables por las mejillas hasta llegar a mis labios, hasta sentir su salinidad. La otra noche no pude evitar el mismo desconsuelo y lloré de la misma manera en mi silencio doméstico, en la soledad más absoluta. Hay escenas de películas o canciones que aunque las haya visto o escuchado mil veces me producen siempre la misma emoción, que desemboca en el llanto irrefrenable. Recuerdo ahora la escena de Cinema Paradiso en que le pasan al protagonista Totó, convertido ya en un director de cine famoso, las escenas de los besos prohibidos por la censura que el viejo maquinista (maravilloso Philippe Noiret) del cine de un pequeño pueblo siciliano, le prepara antes de morir; o el primer plano fijo de los ojos de Jacques Brel cantando Ne me quitte pas, donde la emoción desborda el universo entero. El llanto es un mecanismo por el que canalizamos nuestras emociones más profundas, y es la prueba más concluyente de que formamos parte de la vida. Cuando lloramos liberamos el mar que llevamos dentro. Las lágrimas siempre son las mismas, no distinguen entre el dolor o la felicidad, tienen siempre el mismo gusto salado del agua del mar. Está demostrado que la vida viene del agua, y más concretamente del agua del mar. Seguramente el llanto nos quiere recordar de dónde venimos. Es como si dentro de nosotros, el mar, a veces calmado a veces furioso, residiera en nuestras entrañas, desde que nacemos hasta que morimos. Venimos del mar y somos mar, un mar de lágrimas.


(Joan Isaac, 12-12-2017)

miércoles, 6 de diciembre de 2017

PREGÓN, FIESTA MAYOR IZQUIERDA DEL ENSANCHE, CÁRCEL MODELO. 29/09/2017

El azar de la vida me ha ligado indefectiblemente a este lugar. Estas paredes, estas celdas, han sido testigo de vidas truncadas, de un sufrimiento infinito. ¿Son necesarias las cárceles? Esta es una pregunta que me he hecho a menudo y aún no he encontrado la respuesta. Curiosamente, en las sociedades europeas más avanzadas, como Holanda y Suecia, las cárceles están vacías por falta de presos. En esas sociedades democráticas, gracias a las políticas de equilibrio social y a la continua inversión en el bienestar de su población, se ha conseguido que la delincuencia haya caído a unos niveles casi residuales.
Creo que la Cultura es fundamental en la construcción de una sociedad libre de cárceles. El acceso libre a la cultura es la mejor arma que tenemos los humanos para acabar con las desigualdades sociales y económicas en este mundo feo y sucio que algunos iluminados nos quieren imponer. Como dice mi amigo Pere Camps, “Sin cultura, ganan ellos…”. ELLOS, los que quieren imponer una sociedad encarcelada y represaliada, los que niegan la libertad de expresión, los que con la prepotencia del poder niegan a los pueblos la capacidad de decidir libremente su futuro, son los verdaderos culpables de las tragedias que se han vivido entre estas paredes. “A galopar, a galopar hasta enterrarlos en el mar…”, cantaba y todavía canta Paco Ibáñez. Enterrémoslos, sí, pero con una sonrisa en los labios, con un libro y un clavel entre las manos. No creiem en les pistoles (No creemos en las pistolas). Nuestros hijos y nuestros nietos serán los beneficiarios de nuestra lucha “sorda i constant” (sorda y constante) por la libertad y la cultura, para que puedan vivir en una sociedad más justa y digna, y no los podemos decepcionar. Como tampoco podemos decepcionar la memoria de tantos y tantos presos políticos que pisaron esta cárcel, torturados y condenados a muerte por el franquismo por defender la libertad, y por amar una lengua y una cultura menospreciada y pisoteada, como continúa siéndolo aún por los herederos del dictador.
Debemos echarlos definitivamente de nuestras vidas, desde los pequeños talleres, desde la Universidad, desde quienes trabajamos por la cultura, desde el feminismo, desde las asociaciones de vecinos. Nadie sobra en esta lucha, creedme.
Te propongo, alcaldesa, que hagas de este espacio un santuario de la cultura, un lugar donde las generaciones que han de venir no olviden nunca lo que fue y lo que pasó aquí dentro, pero también un oasis de libertad, de cultura, de libros, de música, de teatro, de cine. En definitiva, construyamos aquí un arsenal inmenso de la única arma de destrucción masiva capaz de destruir la intolerancia, la xenofobia, la homofobia y la demofobia. Construyamos cultura.
De aquí a 48 horas iré a votar aquí en mi barrio, y votaré “perquè vull, perquè tinc ganes de votar” (porque quiero, porque tengo ganas de votar), como diría Ovidi. Y también votaré por mis hijas, por mis padres, por mi abuelo Isaac, que atravesó los Pirineos para acabar en las playas de Argelers. Y también por un amigo mío de Teruel que quiere votar que No, también por él. Pero antes de la transformación de este espacio dejadme ir a la celda 443 de la sexta galería, para leerle este texto al alma de un compañero:

“Cómo me hubiese gustado pasar la última noche contigo en esta celda angustiosa y estrecha que ahora piso, y hablar de la vida y de la muerte y de los sueños conseguidos y de los que te quedaban por cumplir. Jugar contigo la última partida de ajedrez y dejarme ganar sabiéndome ganador, y vaciar juntos aquella última botella de vino de dudosa calidad. Arrancarte una sonrisa con algún chiste malo y abrazarte el alma entre estas cuatro paredes llenas de escritos y calendarios con los días tachados. Y al final, cuando se aproximara la hora, invocar un hechizo de un libro secreto y ancestral para convertirte en un pájaro blanco y verte salir volando por la ventana, seguir tu vuelo con la mirada mientras te pierdes Entença abajo. ¡Cómo me hubiese gustado, Salvador…!


JOAN ISAAC

viernes, 1 de diciembre de 2017

LETARGO INVERNAL

Todos los que me escucháis o me leéis sabéis de la gran importancia que tiene para mí el mar. Sus innombrables azules, su rumor, su olor, su sabor…, toda la magia cautivadora del mar está presente en muchas de mis canciones y en mis poemas. Desde siempre. El mar lo descubrí de bien pequeño, cuando con una moto ISO primero y con un Seat 600 más adelante, mi padre y mi madre me llevaban a los “baños” de Castelldefels. Curiosamente, no decían playa. Íbamos cargados con sillas de lona verde, mesas plegables de aluminio ligero, una sombrilla y cámaras de neumáticos de camión que utilizábamos como flotadores. Era el atrezo imprescindible en aquel espacio de arena dorada y mar infinito que llenaba mis ojos infantiles. Solíamos ir muy temprano, de buena mañana, para poder encontrar sitio lo más cerca posible del agua. Nos pasábamos allí todo el día, almorzábamos con los pies en la arena y mi padre hacía una siesta larguísima, mientras mi madre vigilaba cuando me bañaba y cuando, con unas gafas que a menudo se empañaban y un tubo para respirar, me sumergía para descubrir, fascinado, la vida que se escondía bajo el agua. Era verano y la vida era luminosa. Más tarde, ya de adolescente, descubrí la mediterraneidad como concepto vital. “De Algeciras a Estambul para que pintes de azul sus largas noches de invierno…” decía el poeta en una maravillosa canción que describe magistralmente este concepto de mediterraneidad del cual os quiero hablar. Luis Rancionero, en su magnífico ensayo “El mediterráneo y los bárbaros del norte”, explicaba que según la latitud donde vivimos, la incidencia e inclinación solar afecta directamente al comportamiento humano. Los países nórdicos suelen tener sociedades imbuidas por la tristeza, con altas tasas de suicidios y alcoholismo. Incluso la literatura, y el arte en general, de esas culturas nórdicas rezuman tristeza y melancolía. Bergman o Kafka son buenos ejemplos de ello, en contraposición a Vivaldi, Leopardi o Kavafis. Digo esto porque en el invierno los pueblos costeros mediterráneos se transforman, se deconstruyen, y es como si por un fenómeno extraño se trasladasen a latitudes desconocidas. Sin la luminosidad estival, parecen lugares fantasmas e inhóspitos, a pesar de que las calles y las plazas sean las mismas. Cadaqués, El Port de la Selva, Sant Salvador, entre tantos otros pueblos, conservan sin duda su belleza, pero inmersos en ese letargo invernal no son los mismos. Les falta ese latido solar que los hace reconocibles y amables. Cuando paseamos por sus calles en invierno nos convertimos transitoriamente en personajes de un decorado de película, congelado e invadido por la tristeza más devastadora. No tengo nada personal contra el invierno, pero por favor, que llegue ya la primavera, para confundirme con la luz de mi mar de la infancia, como cuando iba a los “baños” con mis padres. Son las seis de la tarde y ya está oscuro. ¡Qué tristeza!

(Joan Isaac 30-11-2017)